España, última península del Impuesto sobre Patrimonio
23 de noviembre de 2016
Por admin

La primera vuelta de las primarias del partido conservador francés nos muestra una imagen del centroderecha de aquel país que poco tiene que ver con nuestro supuesto centroderecha, y nos ofrece muchas enseñanzas. En esa ejemplar jornada democrática han participado más de cuatro millones de franceses, entre ellos personas que no son militantes, ni siquiera simpatizantes, del partido de Los Republicanos, y a los que sólo se les ha exigido un compromiso genérico con los valores y creencias conservadoras. Tampoco vamos a caer en ingenuidades, un proceso así tiene sus defectos, sus limitaciones y sus riesgos. Pero, en todo caso, demuestra una clara disposición a responder a las exigencias de los ciudadanos. Además, esos cuatro millones de votantes han pagado, de su bolsillo, por participar en la elección. Sin sobreestimarlo, es una forma ejemplar de no cargar a las arcas públicas –es decir, a los contribuyentes– los costes de las actividades “privadas” de los partidos.

Todo esto ha sido ampliamente comentado en nuestros medios de comunicación. Pero, sorprendentemente, no han prestado atención alguna a otras novedades más importantes. Por ejemplo, esas que no suelen gustarles mucho a nuestra prensa y menos aún a todos nuestros partidos: las cuestiones impositivas y de gastos. Recogeré algunas de ellas, sospechosamente silenciadas.

La primera, que quienes han vencido en esta primera vuelta apuestan, sin complejos, por la reducción del gasto público y del número de funcionarios (500.000 menos propone Fillon; 200.000 menos, Juppé). La segunda, el programa de François Fillon incluye la clarificación de competencias entre el Estado y las regiones para reducir su gasto. ¿Alguien se imagina al Sr. Rajoy proponiendo algo semejante, en especial a Cataluña? La tercera, el Sr. Fillon se compromete a celebrar un referéndum para reducir el número de diputados y senadores. ¿Sería bueno hacerlo aquí? Cuarta, el mismo François Fillon propone subir el IVA al 22% (actualmente el tipo general está en el 20%). Cabe recordar, con base en los recientes datos publicados por la Comisión Europea sobre el año 2014, que en la recaudación de los impuestos indirectos España está en el puesto 24º de 28 en la UE. En el IVA, estamos en el puesto 26º de 28 (el 6,2% del PIB). En impuestos directos, nos mantenemos en la mediana, puesto 15º de 28 (el 10,7% del PIB). En las cotizaciones sociales, estamos en el puesto 14º de 28. Respecto a las cotizaciones empresariales, ocupamos el puesto 7º de 28, muy por encima de la media de la UE. En concreto, en 2014 los empresarios pagaron en concepto de cotizaciones sociales 85.467 millones de euros y 21.000 millones en concepto de Impuesto sobre Sociedades. En total: 106.000 millones de euros. ¿Pagan poco? Son datos objetivos que nadie tiene mayor interés en difundir.

Pero las aberraciones no quedan ahí. Nos queda la más gorda, o una de las más gordas. Esos candidatos ganadores defienden, sin complejos, abolir el Impuesto sobre el Patrimonio con el fin de ayudar a fomentar el ahorro y reforzar la capitalización de sus empresas. A pesar de promesas y más promesas, en España sólo el PP de Madrid –entiéndase, no todo el PP– parece estar convencido de los beneficios que esa medida reporta a los ciudadanos. Por supuesto, en este asunto nos encontramos también con los colaboracionistas o “quintacolumnistas” habituales; es decir, alguna asociación de asesores fiscales que se dedica a predicar, urbi et orbi y con funesta convicción, la falacia de “armonizar” ese Impuesto. Falacia en el sentido de que en realidad lo que están pidiendo es subirlo, especialmente a los ciudadanos de Madrid. Quizá les motive que sus clientes se enfrenten a la amenaza de un impuesto confiscatorio para mantener sus departamentos de caras y complejas
estructuras societarias, un pingüe negocio con un cliente cautivo.

Diferencias clamorosas

Cualquier observador atento puede ver que nuestra estructura fiscal vive de la imposición al trabajo, cosa bastante común en la UE. Lo que ya no es tan común es que haya diferencias tan clamorosas entre los impuestos al consumo y al capital. Nuestros impuestos al consumo son los más bajos de la Unión Europea, mientras que los de capital son de los más altos. En 2014, se recaudó en España un 9,1% del PIB por impuestos al consumo, ocupando el puesto 28º; en los impuestos al capital, España recaudó un 7,7% del PIB, ocupando el puesto 11º de la UE. Por si todo esto fuera poco, parece que en España todos los partidos que no comparten una visión común en casi nada y que muy dificultosamente se ponen de acuerdo –como se ha visto palpablemente en el reciente y largo bloqueo parlamentario–, coinciden sin embargo en un dogma común: hay que mantener la tributación sobre el patrimonio que ya ha tributado antes. Es decir, mantener tributos confiscatorios, arcaicos y con pequeñísima potencia recaudatoria como el Impuesto sobre el Patrimonio o el Impuesto sobre Sucesiones y Donaciones.

En toda la UE, sólo España y Francia mantienen el Impuesto sobre el Patrimonio. Los otros pocos países que alguna vez lo tuvieron –Dinamarca, Alemania, Finlandia, Luxemburgo o Suecia– lo abolieron hace más de una década. Procede, por tanto, volver a pedir una reforma global de la fiscalidad, que debe ir encaminada a alinear la fiscalidad del trabajo y del capital a la media europea; y llevar la presión recaudatoria a los impuestos indirectos, como ocurre en los países de nuestro entorno. Y algo más importante: fomentar, con todos los instrumentos disponibles, el ahorro, de forma que eso lleve al aumento sano de la inversión como ocurre en los grandes países de la Unión.

Hasta hoy ningún país del mundo se ha planteado dar marcha atrás en su decisión de abolir el Impuesto sobre el Patrimonio. Es lo que tiene cierto socialismo decadente, que impera, como es lógico, en el partido socialdemócrata, pero incluso en los partidos supuestamente conservadores, sin que, a veces, nos resulte posible distinguir a unos de otros en España. Una vez más, nos quedaremos atrás presos de nuestros propios complejos, anticuados y solos.

Publicaciones relacionadas