La deflación no es el problema
29 de febrero de 2016
Por admin

No cabe duda. La deflación no tiene buena prensa en nuestros días. Por ello, la noticia que conocimos la semana pasada de que, de acuerdo con la estimación adelantada del Instituto Nacional de Estadística, el índice de precios al consumo se ha reducido en nuestro país en un 0,8% en tasa anual ha dado origen a comentarios que reflejan preocupación por la marcha de nuestra economía. Pero los datos no justifican realmente tal inquietud.

En primer lugar, la caída del IPC se debe, básicamente, a la reducción de los precios de los carburantes, los alimentos y las bebidas no alcohólicas. La inflación subyacente -la que excluye los productos energéticos y los alimentos no elaborados, a causa de su especial volatilidad, sigue en cifras positivas y cerró enero en el +0,8%.

Es cierto que el Banco Central Europeo (BCE) ha fijado un objetivo de inflación cercano al +2%, pero sería un error sacralizar esa cifra. Lo único que podemos afirmar con certeza es que Europa hoy no está en deflación, ya que los precios han subido en promedio en el continente un 0,3% en tasa anual; que la caída del precio del petróleo es un factor muy positivo para unas economías importadoras de este producto, como son la mayoría de las europeas, y que los problemas de los países europeos no tienen su origen en la estabilidad de precios sino en el sector real de sus economías.

En lo que a España hace referencia, hemos podido comprobar, además, a lo largo de los últimos meses, que un IPC negativo -como el que tenemos desde el mes de agosto de 2015- ha coincidido con un aumento significativo del consumo interno, que -para bien o para mal- es hoy el motor más importante de nuestro crecimiento económico.

Algunos economistas venimos afirmando, desde que la posibilidad de deflación ha sido vista como un peligro serio para España, que considerar que la estabilidad de precios ha sido un factor relevante en la larga duración de nuestra crisis económica y que podría suponer un freno al crecimiento futuro es un error. Baste con la siguiente reflexión: ¿qué ocurriría si, de forma inesperada, se produjera un aumento importante de los precios de algunos bienes básicos para las economías contemporáneas; el petróleo, por ejemplo? Supongamos que, por cualquier razón –una crisis política o bélica en Oriente Medio, por ejemplo- el precio del petróleo subiera de forma sustancial. No cabe duda de que los índices de precios al consumo lo acusarían y la posibilidad de que siguieran cayendo desaparecería o disminuiría sustancialmente; es decir, no habría deflación en la economía española. ¿Significaría esto que nuestra economía estaría en una situación mejor? Evidentemente no. Lo contrario sería lo cierto. Todos los españoles seríamos más pobres y reduciríamos tanto nuestros niveles de ahorro como nuestras demandas de otros bienes de consumo, lo que haría que la salida de la crisis fuera aún más dura.

Se insiste mucho, sin embargo, en diversos factores que, en opinión de algunos economistas, explicarían la actual preocupación por una posible situación de deflación. El más importante es, seguramente que existe un cierto temor a que, si se consolidara la deflación, se podría llegar a una situación similar a la de Japón, cuyo producto interior bruto ha estado prácticamente estancado durante muchos años.

Y, como uno de los síntomas más claros de la crisis que ha sufrido ese país ha sido una ligera deflación, se considera que es éste el auténtico problema de su economía. Me parece, sin embargo, que, en esta interpretación, se están confundiendo síntomas con problemas. El mal que aqueja a la economía japonesa no es una reducción de sus índices de precios, sino el estancamiento de su sector real y el deterioro de su sistema financiero.

Y es en estos temas en los que se deben adoptar las medidas de política económica necesarias. Culpar a la deflación del casi nulo crecimiento de la producción de bienes y servicios y de la crisis de la banca tendría tan poco sentido como explicar los buenos resultados de la economía española en la década anterior a la última crisis con el argumento de que nuestra inflación era superior a la experimentada por otros países europeos.

Pero hay aún otros dos factores que se mencionan con frecuencia y merecen un comentario. Por una parte, se dice que, con expectativas de caídas sostenidas de precios, la gente tiende a reducir su nivel de consumo en el momento actual porque espera que los precios bajen en el futuro.

Dudo mucho, sin embargo, que, cuando en España se produjo una reducción del consumo privado tras la crisis, la causa principal fuera que la gente pensara que los restaurantes, la ropa o la comida fueran a bajar de precio más adelante. Parece bastante más razonable pensar que el menor consumo se debió a una caída de la renta real y a una mayor incertidumbre con respecto al futuro. Y hemos visto que no es precisamente una caída del consumo lo que está teniendo lugar en España en estos momentos.

Y la temida reducción de las compras de bienes no parece ocurrir en absoluto en los bienes de consumo duradero, como la vivienda, cuyo mercado se está recuperando tanto en lo que se refiere al número de transacciones como a los precios de venta de los inmuebles. Una vez más hay que insistir en que el IPC es un número índice, útil, sin duda, para analizar la evolución de la coyuntura.

Pero lo realmente importante en una economía es el sector real y la evolución de los precios relativos de los bienes y servicios que en ella se intercambian.

Se afirma también que, un alza sostenida del nivel general de precios sería beneficiosa para el país porque permitiría reducir la carga de la deuda pública que soportan los contribuyentes actuales –y soportarán los futuros- mediante la disminución del valor real de los títulos de renta fija que la inflación genera. Esto último es cierto, sin duda. Cuestión diferente es, sin embargo, que sea una estrategia recomendable o, incluso ética.

Para quien debe dinero es bueno pagar menos; pero para quien ha dedicado una parte de su ahorro a la compra de estos títulos, la inflación supone una auténtica expropiación de una parte de sus bienes. Porque reducir la carga de la deuda mediante la inflación no es, en realidad, otra cosa que defraudar a quienes en su día compraron unos títulos en la confianza de que, a su vencimiento, recuperarían su valor real, no una cantidad reducida artificialmente mediante la reducción del valor de la moneda.

Creo que no tiene sentido, por tanto, preocuparse mucho por los datos del IPC. Tenemos muchos problemas, ciertamente. Pero la deflación, hoy por hoy, no es uno de ellos.

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