La revolución de los ordenadores
27 de julio de 2016
Por admin

El crecimiento sostenido de la renta per cápita y la mejora del nivel de vida que vienen experimentando las economías de los países de Occidente desde hace ya muchos años están estrechamente ligados a mejoras en la productividad. Y éstas, a su vez, son consecuencia del progreso técnico y de la creación de un marco legal e institucional, que ha permitido la incorporación de aquel a los procesos de producción y distribución de bienes y servicios.

A lo largo de la historia, han ido surgiendo nuevos inventos, cuya aplicación a la industria y al transporte han significado cambios sustanciales en la actividad económica y han acelerado los procesos de «destrucción creativa» en los que se basa la economía de mercado. Nuevas técnicas -y nuevos sectores- sustituyen, con ventaja, a los antiguos y elevan la productividad, la renta y el nivel de bienestar. Si la máquina de vapor fue el fundamento de la primera revolución industrial y de los ferrocarriles, la electricidad, el motor de gasolina, el teléfono, el avión, la energía atómica.., y muchos otros inventos fueron los protagonistas del desarrollo económico del siglo XX.

No cabe duda de que, si un avance técnico caracteriza el mundo actual, éste es el uso generalizado de ordenadores. Sin ellos no es concebible la economía y la sociedad de nuestros días. Desde el primer momento, los economistas pensaron, con toda lógica, que su utilización masiva tendría como efecto un crecimiento espectacular de la productividad. Pero, para sorpresa de la mayoría, los datos no parecen avalar esta predicción. La productividad no ha experimentado el aumento esperado; y, en muchos momentos, se ha observado que ésta disminuía en medio de un proceso de automatización sostenido.

Los economistas han denominado este resultado la «paradoja de la productividad». El gran economista Robert Solow, ya a finales de la década de 1980, señalaba: «notamos la presencia de los ordenadores en todas partes… excepto en las estadísticas de productividad». Han pasado ya más de veinticinco años y seguimos sin encontrar una explicación concluyente de esta paradoja. Lo más probable es que nos enfrentemos a un serio problema de medición, tanto en lo referido a los factores de producción como a los productos elaborados y a los nuevos servicios que ofrece el mercado.

Aunque el concepto «productividad» parece simple, en realidad es muy intrincado; y plantea muchas incertidumbres cuando se introducen nuevas tecnologías en los procesos productivos. Esta dificultad aumenta cuando el peso relativo de la industria en el PIB se reduce de forma significativa y aumenta, en cambio, el de los servicios, cuya valoración tiene un grado mayor de complejidad. No todos los economistas están de acuerdo en que se trata, básicamente, de una cuestión de medición. Muchas explicaciones de mayor contenido teórico han sido puestas sobre la mesa; si bien, hasta ahora no se ha encontrado la evidencia empírica que las confirme.

Pero apuntaré una, que resulta atractiva para el análisis económico. Uno de los principios básicos de la teoría económica es el de los rendimientos decrecientes. En esencia, establece que cuando la utilización de un factor aumenta en mayor grado que la de los demás factores, los rendimientos de aquel tienden a caer. La pregunta es: una vez alcanzado un determinado nivel en el desarrollo de la informática y la automatización, ¿habremos llegado a un punto – al menos temporal- de rendimientos decrecientes? Al economista que sepa resolver esta paradoja le espera el premio Nobel… por lo menos.

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