Por una verdadera reforma de las pensiones
3 de octubre de 2016
Por admin

Sobre el autor

José Piñera, una vida promoviendo reformas

Nacido el 6 de octubre de 1948 en Santiago de Chile, José Piñera Echenique es uno de los intelectuales liberales más influyentes del mundo. Considerado el padre del sistema privado de pensiones que han adoptado decenas de países de manera total o parcial, Piñera preside el Centro Internacional para la Reforma de las Pensiones y es Académico Distinguido del CATO Institute.

José Piñera completó su formación superior como economista en la Universidad Católica de Chile y a continuación se trasladó a Estados Unidos, donde cursó estudios de postgrado en economía, completando en la prestigiosa Universidad de Harvard un máster y un doctorado. En 1975 regresó a Chile y empezó a trabajar para promover la modernización económica y política de su país. Piñera fue ministro de Trabajo y Previsión Social entre 1978 y 1980. A continuación, se encargó de la cartera de gobierno de la Minería, entre los años 1980 y 1982. Durante los años que siguieron, su figura fue esencial para la recuperación de las libertades en Chile, defendiendo las reformas que abrieron la economía y firmando también decenas de artículos en defensa del retorno pacífico a la democracia. Desde entonces, el PIB per cápita de Chile se ha disparado desde los 5.000 hasta los 23.000 dólares, mientras que la pobreza ha caído del 50% al 8%.  A lo largo de las tres últimas décadas, Piñera ha recorrido el mundo promoviendo reformas en el sistema de pensiones. La alternativa al modelo de reparto, cuya crisis a medio y largo plazo es inevitable, pasa por la introducción de un sistema basado en la capitalización, que permite que cada trabajador aporte mes a mes su cotización a un fondo de su propia titularidad en el que sus ahorros podrán crecer durante décadas. De esta forma, cada asalariado se convierte en propietario de capital y puede diseñar su jubilación, eligiendo la edad de retiro y optando por productos financieros más conservadores o más arriesgados, según su propio criterio. 

José Piñera ha escrito numerosos libros y ensayos que han fortalecido la difusión de las ideas liberales a lo largo y ancho del mundo. En España, publicó en la década de 1990 un documento estratégico orientado a guiar la reforma del sistema de pensiones. Más recientemente, en 2014, regresó a Madrid de la mano de Civismo para participar en una conferencia sobre las reformas que necesita España.


Una verdadera reforma de las pensiones para España

A veces pregunto bromeando si el escudo de mi querida España acaso reza “no se puede hacer”. Porque eso mismo es lo que responden muchos cuando se habla del sistema chileno de capitalización de las pensiones. Cuando se habla de este modelo, la mayoría escucha con enorme interés, formula inteligentes preguntas, entrega aplausos y felicitaciones, reconoce que es el mejor sistema….pero al final triunfa ese pesimismo que dice que en España “no se puede hacer”. Soy una persona que mi experiencia de toda una vida me hace creer todo lo contrario. Estoy convencido de que toda política pública que es correcta, que es honesta, que beneficia a la inmensa mayoría de un país y, algo clave, que se comunica a la ciudadanía… sí se puede hacer. Eso no significa que sea fácil hacerlo. Al contrario, las cosas fáciles ya están hechas. Por eso lo hermoso y noble en la vida es precisamente proponerse metas que sean difíciles, pero alcanzables.

En la cuestión de la llamada “fuga de cerebros” que nos convoca hoy, hay que comenzar reconociendo que es un fenómeno es natural, que se enmarca en las dinámicas de la movilidad internacional del trabajo, y que, al final del día, es otra expresión de la libertad humana. Todo el mundo tiene derecho a escoger dónde vive, dónde trabaja… y creo que el mundo es mejor en la medida en que haya mayor libertad de movimiento. Sin embargo, en el caso de España hoy, hay que reconocer que la decisión de salida de muchos profesionales no es absolutamente libre, pues el desempleo ha llegado a superar el 25% y el paro entre los jóvenes ha rebasado el 50%. En una sociedad que tiene semejantes tasas de desempleo, los que se van a trabajar fuera de España no siempre lo hacen aprovechando nuevas oportunidades, sino por falta de alternativas en su propio país. Para solucionar este problema hay que ir a la raíz. Sin duda, hay muchas políticas públicas que mejorar: reformar el mercado laboral, relanzar el crecimiento, mejorar las instituciones… pero también hay que enfrentar un problema estructural. Y es que un Estado de Bienestar anclado en un sistema de pensiones de reparto debilita los incentivos que incentivan a trabajar y a ahorrar porque el foco se pone en presionar al poder político para lograr mejores pensiones, debilitándose la ética del trabajo. El sistema de pensiones de reparto nace en la Prusia del siglo XIX. Lo crea el Canciller Otto Von Bismarck, que inicialmente lo dota de una dimensión realmente pequeña. Sin embargo, el modelo nace con un pecado original, pues destruye el vínculo entre las aportaciones al sistema de pensiones y los pagos obtenidos del mismo, separando el esfuerzo de la recompensa. Cuando Von Bismarck crea este modelo, la esperanza de vida en Prusia eran 45 años y la edad a partir de la cual se cobraba la pensión era los 65 años. O sea, era casi un sistema de ayuda a poquísimas personas de edad avanzada. Pero la dinámica política llevó a que este sistema de reparto se extendiese por toda Europa y llegase a Estados Unidos y a América Latina. La consecuencia es que se ha debilitado fuertemente la cultura de la libertad y la responsabilidad personal. Creo que el sistema de pensiones de reparto está hoy en el lado equivocado de la historia. Una y otra vez, las reglas de las pensiones de reparto se cambian para incumplir las promesas realizadas. Se modifican las normas de cálculo, se aumenta la edad de jubilación, se reduce el monto de las prestaciones, se suben las tasas de cotización… Si una empresa hiciese eso, hablaríamos abiertamente de su quiebra. Y, con las pensiones de reparto, debemos adoptar la misma mirada. Este sistema modelo llevará inexorablemente hacia un empobrecimiento de la jubilación de los españoles. Todo esto lo agrava la “fuga de cerebros”. También lo agrava la tendencia demográfica: los españoles tienen cada vez menos hijos y viven cada vez más años. Llegó la hora de abandonar los ajustes al interior del sistema de reparto, que solamente alargan la agonía de un sistema que está estructuralmente equivocado. Si el problema de fondo es la desconexión entre esfuerzo y beneficio, entonces hay que transitar, gradualmente si es necesario, hacia un modelo de capitalización cuya esencia reside precisamente en ligar las contribuciones obtenidas a los aportes realizados. 

Ese sistema existe en Chile desde 1980 y funciona muy bien. El trabajador chileno asigna el 10% de su sueldo a una cuenta personal de ahorro para la vejez que mes a mes recibe esas aportaciones. Ese dinero no se guarda en un colchón: se invierte de manera segura y responsable, con diversificación y siempre de acuerdo a las preferencias del trabajador, que quizá opta por productos más conservadores o quizá se inclina por un mayor riesgo. Además, la aportación puede ser superior al 10%, si acaso se desea hacer un mayor esfuerzo, ahorrar más dinero y tener una mejor pensión. La clave es que la pensión de cada persona depende de su esfuerzo de ahorro y trabajo durante toda su vida y no de decisiones políticas del Estado. De esta forma, cada trabajador se convierte en un ahorrador, en un propietario y en un inversor de largo plazo, que acumula durante 40 o 45 años los beneficios derivados del interés compuesto. El crecimiento de sus fondos para la vejez es exponencial y se traduce en que la sociedad gana en independencia frente al poder político. Incluso el trabajador puede escoger adelantar su jubilación, todo lo contrario a la situación actual en España y Europa, donde la edad de retiro la dicta el gobierno. Y, evidentemente, hay una red social básica y solidaria que garantiza un nivel mínimo de pensión a los más pobres, financiada con impuestos generales. Bajo el sistema de ahorro para la vejez que diseñó Chile y que decenas de países han emulado, el trabajador convierte sus preferencias personales en decisiones personales. Eso tiene un poder inmenso. En más de tres décadas, el ahorro acumulado ha disfrutado de rentabilidades del 8% por encima de la inflación. Hemos transformado a cada trabajador en un propietario de capital, hemos roto la maldición del trabajador de la que hablaba Karl Marx, hemos fomentado el ahorro cuando en muchos otros países se desploma, hemos sentado las bases para un fuerte crecimiento económico y hemos reducido una carga gigantesca que soportaban las arcas públicas.

A medida que aumente la globalización, el giro a este tipo de modelo se hará más difícil de resistir. La “fuga de cerebros” es un buen ejemplo de cómo está cambiando el mercado laboral. Además, la irrupción de economías emergentes como China o India puede llevar a Occidente a la decadencia si mantiene intacto su anquilosado Estado de Bienestar. La “fuga” que realmente necesitamos es la “fuga desde Bismarck”. Hay que decirle adiós a su sistema de pensiones de reparto. Bismarck retiró sus tropas de París, pero su filosofía sigue viva en el sistema de pensiones de reparto. Bismarck vive en París, en Roma, en Madrid… ¡Y conduce a los Estados de esos países a la quiebra!

España puede hacer estos cambios si se lo propone. Este es un país rico, con una historia monumental, una geografía privilegiada, unas ciudades maravillosas, un gran legado cultural y una economía dinámica. El problema radica en que todo eso no está reflejado en la política pública que incide en mantener el sistema de reparto de las pensiones. Y eso es lo que hay que cambiar. Con prudencia pero con convicción.

La madre de todas las reformas

Cada primero de mayo se cumple el aniversario del exitoso sistema chileno de pensiones. Tres logros son incontestables: el sistema no ha sufrido ningún caso de corrupción, los ahorros de los trabajadores gestionados por las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFPs) han arrojado una rentabilidad real superior al 8% anual y el sistema ha tenido un efecto crucial a la hora de aumentar la inversión, desarrollar los mercados e impulsar el mayor crecimiento del país. Con los sistemas de pensiones de reparto, los políticos son los árbitros de un partido en el que se intenta ganar elecciones. Esto produce una inflación de promesas imposibles de cumplir, cuyos costes son retrasados en el tiempo para que sean los futuros gobiernos los que se enfrenten a ellos. Como ha descrito el profesor Deepak Lal, “la creación de gigantescos programas redistributivos en Occidente ha tenido consecuencias inesperadas, como la corrupción del debate público basada en que los políticos luchan por ganar votos con dinero ajeno”.

Chile fue una nación pionera cuando encontró la solución a tan grave problema, creando un sistema de contribución personal y definida, basado en la capitalización individual, administrado por empresas privadas y competitivas, que asigna un rol subsidiario al Estado. La creación de este modelo fue parte de un proceso integral de refundación económica, social y política de un país que sufrió en los años 70 la mayor crisis de su historia.

El impacto de este nuevo sistema de pensiones va más allá de los conocidos e impresionantes indicadores que muestran el desarrollo económico de Chile. También ha significado una redistribución radical del poder del Estado hacia la sociedad civil. Al convertir a los trabajadores en propietarios de capital, se ha creado una atmósfera cultural y política más consistente con los postulados de una sociedad libre.

El sistema chileno también inició una revolución mundial de las pensiones. Más de 30 países de América Latina, Europa y Asia han seguido este camino. Cientos de millones de trabajadores se han convertido en propietarios de capital bajo este nuevo paradigma, que ya es parte central del debate en los países más desarrollados del mundo.

Creo que esta es una lucha a la cual vale la pena dedicarle la vida y por eso seguiré recorriendo el mundo llevando esta pionera experiencia que mejora la vida de los trabajadores y sus familias. Pues, como escribió Lord Tennyson en estos versos:

No es tarde para buscar un mundo nuevo,

pues sueño con navegar más allá del crepúsculo.

Y aunque ya no tengamos la fuerza

que antaño movió cielos y tierra,

somos lo que somos,

un mismo temple de corazones heroicos,

debilitados por el tiempo,

pero voluntariosos para luchar, buscar y encontrar,

y no rendirse.


Niall Ferguson, sobre el sistema chileno

Extracto del libro “El triunfo del dinero”.

Las medidas más radicales venían de la mano de un estudiante de la Universidad Católica que se fue a estudiar a Harvard en vez de a Chicago. Lo que él tenía en mente era el desafío más profundo al Estado del Bienestar en toda una generación.

Para José Piñera, quien tenía 24 años cuando Pinochet se tomó el poder, la invitación de retomar a Chile le planteaba un dilema angustiante. Él comprendía la naturaleza imperfecta del régimen de Pinochet. Sin embargo, creía en la oportunidad de poner en práctica ideas que habían estado tomando forma en su mente, desde su arribo a Boston. La clave, pensaba Piñera, no era sólo reducir la inflación. Era esencial fomentar el vínculo entre los derechos de propiedad y los derechos políticos, lo que había sido el corazón del exitoso experimento norteamericano con la democracia capitalista.

No había forma más segura de hacerlo que realizar un cambio radical al Estado de bienestar, comenzando con el sistema de pensiones manejado por el Estado. Así veía Piñera las cosas: 

“Lo que había comenzado como un sistema de seguros a gran escala se había convertido simplemente en un sistema impositivo de reparto, en el que las contribuciones de hoy son usadas para pagar las pensiones de hoy y no se acumulan fondos para la jubilación futura. Este enfoque está arraigado en una concepción errada del comportamiento humano, pues destruye, a nivel individual, el vínculo entre contribución y beneficios en otras palabras, entre esfuerzo y recompensa. Sea donde sea que esto ocurre a escala masiva y durante un largo período de tiempo, el resultado final siempre será el desastre”.

Entre 1979 y 1981, como Ministro del Trabajo y Previsión Social (y posteriormente Ministro de Minería), Piñera creó un sistema de pensiones radicalmente nuevo para Chile, ofreciéndole a cada trabajador la opción de salirse del sistema de pensiones estatal. En vez de pagar un impuesto al trabajo, tendrían que colocar una suma equivalente (10% de sus sueldos) en una cuenta de jubilación personal, la que sería administrada por empresas privadas y competidoras, conocidas como Administradoras de Fondos de Pensiones (AFPs).

Un signo del éxito de Chile es que las reformas a las pensiones han sido imitadas a lo largo del continente americano y en todo el mundo.


El Presidente Clinton y el Modelo Chileno de Pensiones

Medianoche en la Casa del Bien y del Mal “Son las 00.30 o la 1.00 de la noche y Bill Clinton me pregunta a mí y a Dottie: “¿Qué sabes sobre el sistema chileno de pensiones?”, cuenta Richard Lamm, quien fuera gobernador de Colorado por tres periodos. Era marzo de 1995, y Lamm y su esposa estaban pasando el fin de semana en el dormitorio Lincoln de la Casa Blanca.

Leí sobre esta sorprendente conversación de medianoche en un artículo en la revista Newsweek firmado por Jonathan Alter (mayo 13, 1996), mientras esperaba en el aeropuerto internacional de Dulles por un vuelo hacia Europa. El artículo también decía que temprano, la mañana siguiente, antes de que saliera a correr, el Presidente Bill Clinton, se las arregló para que un informe especial sobre esta reforma chilena, producido por su equipo, fuera deslizado debajo de la puerta de Lamm.

Esa noticia atrajo mi interés. Tan pronto como regresé a Estados Unidos, fui a visitar a Richard Lamm. Quería conocer las circunstancias exactas en las que el Presidente de la primera potencia mundial involucró a un colega ex Gobernador en un intercambio sobre el sistema que yo había implementado 15 años antes. Con Lamm compartimos un café en la terraza de su casa en Denver. No sólo fue el anfitrión más amable para este curioso chileno, sino también demostró estar profundamente motivado por el tema del envejecimiento y el futuro de Estados Unidos. Tuvimos entonces una intensa conversación. Al final, me atreví a pedirle una copia del informe que Clinton le había entregado. Estuvo de acuerdo en entregármelo con la condición de que no lo hiciera público mientras Clinton fuera presidente. También me dio una copia de una nota autografiada en un papel oficial de la Casa Blanca, fechada el 21 de marzo, 1995, que acompañaba el informe deslizado debajo de su puerta. Decía: 

“Dick, perdón, no te pude ver en la mañana. Fue grandioso tenerte a ti y a Dottie. Aquí está el material sobre Chile que te mencioné. Lo mejor, Bill”

Tres meses antes de ese intercambio entre Clinton y Lamm sobre el sistema chileno de pensiones, tuve una conversada comida en Santiago con el periodista Joe Klein de la revista Newsweek. Unas pocas semanas después, escribió un fascinante artículo titulado, “¿Si Chile puede hacerlo… no podría (Norte) América privatizar su sistema de seguridad social? Concluía manifestando que “el sistema chileno de pensiones… es tal vez la primera política social significativa que emana del hemisferio sur” (Diciembre 12, 1994). Tengo razones para pensar que probablemente este artículo atrajo la atención de Clinton y, dada su pasión por las políticas públicas, se convirtió en casi experto en el sistema de capitalización de Chile. Clinton conocía a Klein, quien cubrió la carrera presidencial de 1992 y en forma anónima escribió el bestseller Primary Colors, un levemente velado registro de la campaña de Clinton.

“La madre de todas las reformas”

Mientras estudiaba para un master y un doctorado en Economía en la Universidad de Harvard, me enamoré del experimento único de Estados Unidos sobre libertad y gobierno limitado. En 1835 Alexis de Tocqueville escribió el primer volumen de “Democracy in America”, con la esperanza de que muchos de los saludables aspectos de la sociedad norteamericana pudieran ser exportados a su nativa Francia. Yo soñaba con exportarlos a mi querido Chile.

Una vez concluido mi doctorado en 1974 y, mientras disfrutaba en plenitud mi posición como “Teaching Fellow” en Harvard y profesor en la Universidad de Boston, tomé la más difícil decisión de mi vida: regresar para contribuir con mi país a recuperar su economía y su democracia destruidas, siguiendo el ejemplo de los principios e instituciones creados en Estados Unidos por los llamados “Padres Fundadores”. Al poco tiempo asumí como Ministro del Trabajo y Previsión Social y en 1980 creamos un sistema de capitalización con cuentas personales de ahorro para la vejez.

El historiador Niall Ferguson escribió en su bestseller mundial The Ascent of Money que esta reforma estructural fue “el más profundo desafío al Estado de Bienestar en una generación. Thatcher y Reagan vinieron después. El desafío al Estado de Bienestar comenzó en Chile”.

En algún momento durante el siglo XX, la cultura de la responsabilidad individual que hizo a Estados Unidos una nación grande y libre, fue diluida por la creación de un Estado Benefactor, con aspectos que imitaban el crecientemente fallido Estado de Bienestar europeo. Lo que Estados Unidos necesitaba, a mi juicio, era un regreso a lo esencial de la Revolución Americana, a los principios fundantes del gobierno limitado y la responsabilidad personal.

En cierta forma, los principios que Estados Unidos ayudó a exportar exitosamente a Chile a través de un grupo de economistas liberales, necesitaban ser reafirmados en el propio Estados Unidos, a través de una reforma estructural profunda, coherente con esos principios. Como el sistema chileno de pensiones está basado en principios universales, los pilares de esta reforma pueden exportarse al mundo.

Una vez que culminó exitosamente la transición a la democracia que había mos diseñado en la Constitución de 1980, y una vez que hice todo lo posible para asegurar la estabilidad del modelo económico y las modernizaciones sociales, incluyendo mi propia campaña presidencial “educativa” de 1993, decidí dedicar mi vida a compartir el Modelo Chileno por el mundo.

A comienzos de 1995, cuando el Presidente Clinton estaba teniendo conversaciones de medianoche sobre el Modelo Chileno, recibí una extraordinaria invitación que me ayudaría mucho en mi lucha en Estados Unidos. Ed Crane, co-fundador y presidente del Cato Institute, el think tank libertario más influyente del mundo, me honró nombrándome “Distinguished Senior Fellow” y co-presidente de su “Social Security Choice Project”. Acepté de inmediato con tanto entusiasmo como alegría.

El Instituto Cato había publicado estudios sobre Seguridad Social y cuentas individuales desde 1979, basado en los trabajos de James Buchanan que también era “Distinguished Senior Fellow” del Instituto junto con Friedrich Hayek, ambos Premios Nobeles de Economía. En los años siguientes, viajé intensamente por todo Estados Unidos compartiendo la experiencia chilena en conferencias, encuentros, reuniones públicas, audiencias en el Congreso y entrevistas en los medios de comunicación. Me impresionó la receptividad y apertura mental del público, pero lo que Milton Friedman llamó “la tiranía del statu quo” hacía difícil para los líderes políticos adoptar esa solución para el creciente problema de la Seguridad Social. En enero de 1996, Mack McLarty, el enviado especial para las Américas del Presidente Clinton y su ex jefe de gabinete, viajó a Chile y quiso conocer de primera mano sobre el éxito del primer sistema integral de cuentas personales de ahorro para la vejez. Nos reunimos durante largas horas y me preguntó tanto sobre los principios como sobre los detalles del sistema. Unas pocas semanas después, recibí una carta de él con un entusiasta mensaje:

“José, sin ninguna duda, la reforma al sistema de pensiones de Chile ha sido un factor que ha contribuido en forma clave –algunos lo llaman la madre de todas las reformas- al actual éxito económico de Chile. La reforma al sistema de seguridad social que tú desarrollaste y por el cual luchaste ha dejado a tu país con una base estable para el futuro. Aunque las experiencias chilenas y norteamericanas son diferentes en varios sentidos clave, creo que podemos aprender mucho de la audaz iniciativa de tu país, que es ampliamente envidiada a lo largo del hemisferio”.

Una carta al Presidente de Estados Unidos

En su mensaje sobre el Estado de la Unión, en enero de 1998, el Presidente Clinton advirtió al país sobre la próxima crisis de la Seguridad Social y llamó a un debate abierto sobre la necesidad de reformas: “Sostendremos en diciembre una Cumbre en la Casa Blanca sobre Seguridad Social. Y a un año desde ahora, convocaré a los líderes del Congreso a trabajar en una histórica legislación bipartidista para lograr un hito para nuestra generación, un sólido sistema de Seguridad Social para el siglo XXI”.

Al escuchar el discurso en mi oficina del Instituto Cato en Washington comprendí que había llegado el momento. Recordé el “Carpe Diem” de Virgilio. Tenía que llegar hasta el mismo Presidente. Conociendo la reputación de Clinton como un voraz lector, resolví escribirle una carta abierta al Presidente en un diario importante, donde él seguramente le prestaría atención.

Ese abril, en una conferencia en Tokio organizada por el Instituto Cato y la poderosa Keidanren, la asociación de empresarios de Japón, le comenté mi idea de una carta abierta a un colega conferencista, George Melloan del Wall Street Journal. Me dijo que era muy inusual para el WSJ publicar una nota como esa, pero después de leer un borrador aceptó entusiasmado. Melloan me pidió enviarla por fax a la columnista del WSJ Mary O’Grady en Nueva York. Desde el Hotel Imperial , con mi colega Bob Borens del Cato, pasamos toda la noche intercambiando faxes entre Tokio y downtown Nueva York, donde están las oficinas del WSJ, revisando cada coma de mi carta hasta que todos estuvimos plenamente satisfechos.

La carta abierta al Presidente Clinton fue publicada en la página editorial del WSJ el 10 de abril de 1998 (el texto completo está en www.josepinera.org)

La Cumbre de la Casa Blanca sobre Seguridad Social

Mis expectativas fueron superadas cuando a los pocos días recibí una invitación de Gene Sperling, el asesor de políticas económicas del Presidente, haciéndome la extraordinaria invitación a hablar en la próxima “Cumbre de la Casa Blanca sobre Seguridad Social”. El público serían líderes de todas las áreas de la sociedad civil, expertos de think tanks y Universidades, dirigentes sindicales y empresariales. Y, muy importante, una delegación de 60 Senadores y Miembros de la Cámara de Representantes, así como el equipo económico del gobierno. La apuesta era alta. En una conferencia de prensa el 2 de diciembre de 1998, en la semana previa a la Cumbre, Sperling declaró:

“Creo que la realidad política es que 1999, al ser un año sin elecciones y con un Presidente demócrata en su segundo periodo, ofrece una oportunidad única para una reforma estructural, especialmente dada la sólida situación fiscal del país”.

Si bien me sentí muy honrado con esta invitación, especialmente considerando que era el único orador que no tenía un pasaporte estadounidense, estaba al mismo tiempo consciente del desafío crucial de ese discurso. En sólo unos minutos, tendría que explicar el sistema chileno de Pensiones, sus fundamentos y su arquitectura de transición y explicar por qué una reforma como ésta tenía relevancia para Estados Unidos.

Cuando las cámaras de televisión que transmitían la Cumbre comenzaron a correr, entregué el mensaje que había querido dar por mucho tiempo.

“Cada trabajador chileno tiene una cuenta personal de ahorro para la vejez, y yo también tengo una. El trabajador coloca su aporte mensual en su cuenta y puede saber en cualquier momento cuánto dinero tiene ahorrado y cuánto ha ganado por rentabilidad de sus fondos. Al acumular ahorros durante toda su vida laboral, los trabajadores pueden así beneficiarse de una de las fuerzas más poderosas del universo: la fuerza del interés compuesto.

Le dimos a cada trabajador la posibilidad de permanecer en el antiguo sistema de reparto o trasladarse al nuevo sistema, entregándoles Bonos de Reconocimiento a los que decidieran cambiarse. Más del 90% de los trabajadores chilenos eligieron libremente el sistema de cuentas personales de ahorro, en lugar del sistema de reparto.

La reforma no la expliqué como una contribución a los equilibrios macroeconómicos, o al desarrollo del mercado de capitales, aunque sí lo fue y de manera crucial. La expliqué reiteradamente por televisión como un paso crucial hacia convertir a todos los trabajadores en propietarios contribuyendo así a su dignidad, libertad y empoderamiento.

Creo que este sistema le haría bien a Estados Unidos y puede hacerse porque este país tiene muchas ventajas. Hace 18 años, Chile no tenía mercado de capitales y ustedes tienen el mejor mercado de capitales del mundo. Hace 18 años, la tecnología de la información estaba todavía en su infancia, mientras que hoy la revolución tecnológica permite administrar millones de cuentas a un costo insignificante. …Y, además, son una nación de mente tan abierta y flexible que incluso han invitado a un chileno a compartir este día memorable. Por ello, tengo enormes esperanzas en este país que tanto admiro y que tanto quiero. Y me gustaría que mi hijo, que nació en Boston y tiene un pasaporte estadounidense, si decidiera trabajar en Estados Unidos, también pudiera tener una cuenta de ahorro para su vejez”. (El texto completo de mi discurso está en: http://www.cato.org/policy-report/ januaryfebruary-2016/president-clinton-chilean-model-full)

Sexo y Seguridad Social

Así habló el Presidente Clinton en el Estado de la Unión de enero de 1999, dos meses después de la Cumbre:

“Nuestra disciplina fiscal nos da una inigualable oportunidad para enfrentar un extraordinario nuevo desafío: el envejecimiento de Estados Unidos. Con el número de estadounidenses mayores que se duplicará a 2030, el baby boom se convertirá en el senior boom… La mejor forma de mantener la Seguridad Social como una garantía sólida no es haciendo recortes drásticos en los beneficios, ni elevando las tasas de impuestos en las nóminas de sueldos…. propongo una nueva iniciativa de pensiones para un retiro seguro en el siglo XXI. Propongo que usemos un poco más del 11% del superávit fiscal para establecer una cuentas universales de ahorro –“USA Accounts”- para darle a todos los estadounidenses los medios para ahorrar…los “USA Accounts” ayudarán a todos los estadounidenses a compartir nuestras riquezas como nación y a disfrutar de una jubilación más segura”.

Las primeras salvas se habían lanzado: “Para establecer cuentas de ahorro universales –USA accounts-…“. Esta era la primera vez que un Presidente de Estados Unidos proponía la creación de cuentas de ahorro individuales para la vejez. Pero ello no sucedería. Justo cuando Clinton estaba preparándose para este desafío se encontró inesperadamente sumido en el escándalo de Monica Lewinsky. El asunto fue, sin duda, un evento vergonzoso, pero fue el proceso de impeachment del Presidente el que sepultó la posibilidad de esta reforma en ese momento.

El Presidente sitiado no pudo entregar su propuesta. Como lo señaló un editorial de The New York Times el día después de su discurso, “considerando que el control republicano del Congreso y la batalla por el impeachment probablemente dejarán un gusto amargo, los planes del Presidente ciertamente son más bien un punto de partida para iniciar la conversación que un proyecto para el futuro”.

Aunque Clinton fue absuelto por el Senado y esto le permitió permanecer en el poder, la dura prueba agotó tanto su capital político como su resolución para emprender grandes reformas. Clinton no impulsó ninguna gran legislación durante lo que le quedaba de su mandato. La bomba de tiempo de las pensiones no fue desactivada. Una oportunidad vital había sido desperdiciada.

En su libro de 2002 The Natural: The Misunderstood Presidency of Bill Clinton, Joe Klein, después de varias horas de conversaciones con el ex Presidente, llegó a la siguiente conclusión:

“El escándalo Lewinsky tuvo un poderoso, aunque usualmente olvidado, impacto en la substancia de los últimos dos años de Clinton en el poder. Cuando le pregunté al Presidente que podría haber logrado sin el escándalo, dijo que no estaba seguro. Presionado, Clinton reconoció que pudo haber sido capaz de reformar los sistemas de Pensiones y Salud si a los Republicanos –y a los medios- no se les hubiera suministrado una forma alternativa de diversión en 1998 y 1999. En efecto, Clinton estaba preparado, en el momento en que presentó su desafío de “Save Social Security First”, en su mensaje sobre el Estado de la Unión de 1998, a hacer algo que pocos Presidentes habían hecho: terminar su segundo periodo con una despedida en alza por un logro significativo. Había domesticado al Congreso Republicano. Había un gran superávit presupuestario para utilizar. “Ambos partidos estaban justo detrás de los grandes temas”, dijo Bruce Reed, el asesor de asuntos domésticos de Clinton… “Podríamos haber agregado una opción de cuentas individuales en el sistema de Seguridad Social”.

Como afirmó un periodista, Clinton sacrificó “un legado duradero cuando tuvo un affair con Lewinsky, la joven becaria de la Casa Blanca. Los demócratas liberales se oponían a estos cambios en las pensiones. Entonces, para obtener su apoyo y evitar el impeachment, Clinton pospuso el paquete de reformas”.

Tres asesores de Clinton, – Douglas W. Elmendorf, Jeffrey B. Liebman y David W. Wilcox- escribirían luego un artículo confirmando que la posibilidad existió y que el impeachment la destruyó. Así lo resumió Glenn Kessler en el diario The Washington Post: “En 1998, el Presidente Clinton y sus asesores económicos pasaron 18 meses discutiendo secretamente los elementos de un plan para agregar cuentas individuales al sistema de Seguridad Social, pero lo abandonaron cuando fue claro que el Presidente enfrentaría un juicio político, como lo confirma un artículo de tres ex funcionarios del gobierno, que será presentado hoy en una conferencia en Harvard”.

El Desafío Americano Pendiente

Al igual que en una tragedia griega, el fracaso de Clinton para hacer una reforma a la Seguridad Social puede ser explicado en términos de una debilidad fatal. Bill Clinton era, sin duda, un político muy talentoso y un hombre de notable inteligencia, pero lamentablemente no era un estadista que estuviera dispuesto a sacrificar los placeres terrenales por un legado duradero. Esta gran reforma, que tanto necesita Estados Unidos, sigue pendiente.

Se comprobó en este episodio que Bill Clinton no pertenecía a la “familia del león o la tribu del águila”, según las inmortales palabras del gran Abraham Lincoln, el “leñador” de Pablo Neruda. Es sorprendente cómo nuestras imperfecciones humanas pueden tener consecuencias involuntarias de una tremenda importancia. Al viajar de vuelta toda la noche a mi país en esos primeros meses de 1999, supe muy bien que aunque la semilla de esta idea se había plantado en Estados Unidos, la flor no iba a brotar durante la presidencia de Clinton. Y brotaron de mi memoria las terriblemente bellas palabras que Shakespeare le dio a Hamlet: 

“Benditos aquellos

Cuyo temperamento y juicio están tan bien combinados,

Que no son una flauta entre los dedos de la fortuna,

Dispuesta a sonar según ella guste.

Dame un hombre

Que no sea esclavo de sus pasiones y lo colocaré

En el centro de mi corazón; sí, en el corazón de mi corazón”

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