El Estado benefactor
18 de julio de 2018
Por admin

La crisis del pensamiento liberal en las décadas finales del siglo XIX y en la primera del XX tuvo, con el paso del tiempo, claras repercusiones en la evolución del pensamiento económico, en el sentido de dar mayor relevancia al papel del Estado en la gestión de la economía. Y esta tendencia se reforzó, de forma significativa, tras la Primera Guerra Mundial. La argumentación de mayor aceptación en favor de atribuir poderes al Estado para solucionar los defectos del mercado y elevar el producto social en beneficio de la gente tiene su origen en el libro de A. C. Pigou, La economía del bienestar.

Fue Pigou un economista académico en el pleno sentido del término y su vida y su obra no se pueden entender fiera del mundo universitario inglés de su época. Nacido en el año 1877 en la isla de Man, en 1897 consiguió una beca en el Kings College de Cambridge para estudiar historia. Pronto se orientó, sin embargo, hacia la economía, actividad a la que dedicaría el resto de su vida. En 1908, tras la jubilación de su maestro, Alfred Marshall, fue nombrado catedrático de economía de la Universidad de Cambridge, puesto que desempeñó a lo largo de los treinta y cinco años siguientes. Fellow vitalicio de Kings, el college era su casa, y en él vivió hasta el momento de su fallecimiento, que tuvo lugar el año 1959, siendo durante muchos años el prototipo del profesor excéntrico y misógino característico de la época.

La economía del bienestar -cuya primera edición se publicó en 1920 es, sin duda, su obra más importante y la que convierte a Pigou en tina figura clave en el pensamiento económico del siglo XX. Se trata de un libro muy extenso, que se ocupa de muchos aspectos diferentes de las políticas públicas. Pero es la segunda parte de la obra la que mayor influencia ha ejercido en nuestra época, ya que en ella se presenta su teoría de las divergencias entre el producto social y el producto privado, de acuerdo con la cual, en numerosas situaciones, el sector privado no es capaz de encontrar por sí mismo una solución al problema; y, por tanto, debe ser el Estado el que diseñe los correspondientes mecanismos de ajuste. En sus propias palabras, hay muchos casos en los que no puede esperarse que una mano invisible lleve a los acuerdos institucionales más adecuados. Y, a lo largo del libro, Pigou se dedica a buscar estos fallos del mercado y a sugerir fórmulas para solucionarlos, que, en muchos casos, pasan por el establecimiento de impuestos o subvenciones a quien genere lo que años más tarde se denominarían externalidades. Es decir, efectos -positivos o negativos sobre la renta que no son disfrutados -o soportados- por quien los ha producido. El caso de la empresa que contamina la atmósfera es, seguramente, el supuesto más conocido.

Pero para defender un modelo de intervención como el que se plantea en La economía del bienestar es preciso que se pueda confiar plenamente en las personas que van a tomar estas decisiones. En otras palabras, hace falta que exista un grupo de personas que tenga, por un lado, los conocimientos técnicos adecuados para hacer un uso «juicioso» del poder que la nación pone en sus manos y, por otra, el desinterés personal y e] espíritu de defensa del bien común que tal función requiere. ¿Existen estas personas, en opinión de Pigou? Creo que la respuesta a esta pregunta debe ser positiva. Como otros economistas de la época, pensaba el profesor de Cambridge que, al menos en la Gran Bretaña de aquellos años, había una élite bien formada técnicamente, libre de prejuicios partidistas en la que se podía confiar plenamente. Y estaba convencido de que, con el tiempo, esta élite se consolidaría.

Hoy, con mucha más experiencia con respecto a la gestión y a los efectos de las políticas públicas, pensamos que la visión de Pigou, por bien intencionada que sea, peca claramente de ingenua, ya que refleja una visión optimista en exceso del papel de las élites científicas y culturales en la dirección de un Estado moderno, racional y eficiente. Faltaban aún unos cuantos años para que la teoría de la elección pública y el análisis económico de la burocracia mostraran, de forma contundente, el poco sentido de tal forma de entender la actividad gubernamental. 

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