El Gobierno que no tenía presupuesto
3 de diciembre de 2018
Por admin

No comparto la preocupación nacional por la aprobación de los presupuestos del Estado. Y me resulta bastante sorprendente ver a tantos políticos realmente nerviosos por la incapacidad del Gobierno actual de conseguir una mayoría parlamentaria que le permita aprobar sus cuentas y no tener que vivir con la prórroga del presupuesto del año anterior. Pero lo cierto es que ninguna desgracia nos va a ocurrir a los españolas por tal circunstancia. En nuestro caso particular porque, vistas las propuestas de ingresos y gastos que ha presentado el Ministerio de Hacienda, lo menos malo que nos puede pasar es que sigamos como estamos. Pero el tema tiene, sin duda, mayor relevancia y puede generalizarse a otras situaciones.

En sus orígenes los presupuestos del Estado trataban de garantizar a los contribuyentes que el gobernante no abusaría de su poder a la hora de realizar gastos y, sobre todo, de cobrar impuestos.

Y hay naciones (los Estados Unidos, por ejemplo) en las que pueden llegar a paralizarse departamentos enteros de la administración pública si las cámaras legislativas no autorizan las apropiaciones de los fondos necesarios para su funcionamiento. Pero no es este el caso de España, ya que en nuestro país si la ley de presupuestos no se aprueba antes del primer día del ejercicio económico correspondiente, se consideran automáticamente prorrogados los presupuestos del ejercicio anterior hasta la aprobación de los nuevos. Y no pasa absolutamente nada.

¿Por qué tanto desasosiego, entonces? Hay, sin duda, un elemento político relevante, en cuanto fracasar en la aprobación de un presupuesto se considera un síntoma claro de debilidad del Gobierno. Pero la causa principal es, seguramente, que los presupuestos dejaron de ser hace mucho tiempo un arma de defensa de los ciudadanos frente al poder político para convertirse en un instrumento con el que el Gobierno orienta la política económica en favor de sus objetivos particulares y compra votos cediendo a las presiones de numerosos grupos de interés para reforzar su posición ante futuras elecciones. Y no cabe duda de que vender favores con el dinero de otros puede resultarle muy rentable al político de turno. 

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