La paranoia autárquica
4 de junio de 2018
Por admin

El Ejecutivo foral gobierna en ocasiones con los rasgos propios de una autarquía: una economía cerrada a la que no le afecta el exterior. Hoy, ninguna región puede desarrollarse si se aísla, porque el mundo es más interdependiente que nunca. Ahora, lo que ocurre fuera influye significativamente en lo que acontece dentro de nuestras mugas. El mercado impone sus leyes inexorables, y sólo los países o comunidades que resulten globalmente competitivos prosperarán.

El Ejecutivo foral se ha creído más listo que nadie, y su ciega arrogancia le ha llevado a aplicar medidas intervencionistas que han perjudicado la economía, la convivencia y la libertad. Nuestros gobernantes no son conscientes de que, en este mundo interconectado en que vivimos, cuando se agrede al ciudadano, éste puede emigrar a otro lugar que ofrezca condiciones más gratas.

Lamentablemente, con frecuencia, los que deciden marcharse son las personas con más talento, porque son las más sensibles a que se les coarte la libertad. Causa una gran pena la pérdida de capital intelectual de los que quieren realizarse, y que, por ello, no soportan tantas coacciones lingüísticas, tributarias, laborales, urbanísticas, educativas y empresariales como las que el cuatripartito les impone. Cuando el dinero de todos no se destina al bien común, sino a obsesiones ideológicas innecesarias que deterioran el clima de convivencia, se genera el descontento de sentirse extraño en la propia tierra, desazón que invita al destierro voluntario.

Una región atrae capital intelectual y físico cuando se garantiza un sistema que permite la competitividad, en el que prime la seguridad jurídica. Hoy, Navarra no ofrece lo que el empresario necesita, porque la improvisación gubernamental es permanente, riesgo que no puede asumir un inversor. Entre las ocurrencias del Ejecutivo se hallan las tributarias, como la modificación del IRPF casi todos los años (en éste, lo ha aumentado 9 puntos, si se compara con el de Madrid), o enrocarse por pura demagogia en mantener el Impuesto al Patrimonio más lesivo de Europa. Pero también las hay culturales, como exigir euskera para firmar algunos contratos entre las empresas y la Administración, toda una traba para quien venga de fuera, a no ser que lo haga desde País Vasco. Por último, también desincentiva la inversión en Navarra la crispación social que han provocado los partidos radicales. Esta falta de tranquilidad, rigor y estabilidad no facilita la radicación de compañías que desean un marco sólido en el que integrarse, ni atrae el talento.

Sería deseable que el Ejecutivo tuviera la sensatez de actuar con realismo. Somos una región diminuta y de interior, apartada de los corredores logísticos, con insuficientes comunicaciones férreas y aéreas, una climatología que sólo propicia un turismo estacional, y lo que es peor, con una población escasa y diseminada en el territorio, que no dispone del potencial de las grandes ciudades para generar valor añadido. A pesar de tantas carencias objetivas, algunos navarros valientes y emprendedores supieron traer, con tesón y esfuerzo, ventajas competitivas que transformaron una región pobre y rural en una rica en industria y servicios.

Sin embargo, esa prosperidad no se mantendrá en el largo plazo si no se repara el estropicio fiscal y demás intervencionismos, tan impropios del competitivo mundo global que nos rodea. Nuestras limitaciones son muchas, pero si se crean las condiciones precisas para que los ciudadanos puedan aflorar el ingenio intuitivo que encierran, la Comunidad foral podrá convertirse de nuevo en un ejemplo a seguir. Señores políticos: ¡por favor, no provoquen que Navarra retroceda al siglo XIX!

Publicaciones relacionadas