Las miserias de la macroeconomía
6 de marzo de 2017
Por admin

El mundo de la teoría macroeconómica anda revuelto como consecuencia de una muy sonada conferencia que, hace poco más de un año, pronunció Paul Romer –el actual economista jefe del Banco Mundial– con el expresivo título The Trouble with Macroeconomics, en la que atacó con dureza la evolución de esta disciplina durante los últimos treinta o cuarenta años. Y, desde luego, no ha contribuido a suavizar la tensión el hecho de que, para difundir sus ideas, Romer haya publicado un par de versiones de su trabajo en la red, la última en septiembre del año pasado. El problema no es sólo que un economista de gran prestigio, como es Romer, se lance en picado contra una de las corrientes dominantes de la teoría contemporánea, en concreto los denominados modelos de ciclo real. Más ha sorprendido a mucha gente que haya hecho eso que los estadounidenses llaman name names; es decir, citar con nombres y apellidos a aquellas personas cuyas ideas se ataca. Y dado que estos nombres son, entre otros, los de Edward Prescott, Robert Lucas y Thomas Sargent –los tres galardonados con el premio Nobel–, es lógico que el mundillo de la profesión ande excitado: más o menos como cuando en el patio de un colegio dos niños empiezan a pegarse y un tercero grita: “¡Pelea!”

Debo confesar que, aunque he seguido esta polémica con interés, no había pensado escribir un artículo sobre esta cuestión, al menos por dos razones. La primera, porque se trata de un tema muy técnico, que es difícil que se entienda bien fuera del peculiar ámbito de la economía académica; y la segunda, porque no soy un especialista en macroeconomía. La macro que yo aprendí en la década de los setenta en EEUU –y creo que aún sé bien– es algo bastante alejado de los modelos que Romer critica; y luego, en mi vida profesional, me he dedicado a otras cosas. Mi conocimiento del tema no puede ser, por tanto, el de un especialista. Si me he decidido, finalmente, a ofrecer estas reflexiones es porque he leído recientemente en la prensa española algunas referencias al trabajo de Romer que lo ponen en relación a determinadas opiniones de economistas como Paul Krugman o Steve Keen, que no tienen absolutamente nada que ver con lo dice Romer; pero permiten, eso sí, criticar la revolución conservadora o las injusticias del capitalismo, que es lo que parece se buscaba. Dejando de lado esta cuestión, vayamos a lo importante. ¿Cuál es el fundamento del ataque de Romer a los modelos de ciclo real? ¿Por qué dice que, desde hace más de tres dé- cadas, parece que la teoría macroeconómica va marcha atrás?

El caso que le sirve de punto de partida es bastante conocido. Se trata de lo que, en la literatura profesional, se denomina la ‘deflación –o, mejor, desinflación– de Volcker’. Algunos economistas recordamos bien que, allá por 1979, Paul Volcker, recién nombrado presidente de la Reserva Federal, dio un giro sustancial a la política monetaria estadounidense. Su objetivo era reducir la elevada tasa de inflación que, desde hacía años, aquejaba al país. Para ello elevó de forma significativa los tipos de interés reales; es decir, aplicó una política monetaria claramente contractiva que tuvo como resultado reducir de forma importante la inflación.

Irrelevancia

Tal política ha sido discutida por quienes consideran que la economía de EEUU pagó por ello un alto precio en términos de actividad y empleo. Pero no cabe duda de que tuvo un gran éxito en su objetivo de contener la subida de los precios y demostró que la política monetaria es el instrumento más efectivo para solucionar este tipo de problemas. Romer abre su trabajo con un estudio de este caso por una razón muy clara: una de las ideas más relevantes –y discutidas– de los modelos de ciclo real es que la política monetaria es prácticamente irrelevante en la evolución de la coyuntura. Y la pregunta es: si una teoría como ésta es rechazada por la contrastación empírica, ¿por qué se mantiene? Y su respuesta –y éste es el centro de su ataque– es que los modelos de ciclo real no son realmente científicos, dejan a un lado los datos, plantean teorías que difícilmente pueden ser contrastadas y se basan en un respeto desmesurado a la autoridad de quienes, en su día, los formularon con unas matemáticas tan potentes como irrelevantes para resolver los problemas planteados.

En resumen, si en los años setenta los modelos keynesianos fueron atacados por ser erróneos e incapaces de explicar lo que estaba ocurriendo en aquellos momentos, esta crítica se vuelve hoy contra las teorías del ciclo real. Romer está clamando, en el fondo, por una vuelta a la economía empírica y por el empleo de modelos menos ambiciosos desde el punto de vista formal, pero con mayor capacidad explicativa.

Creo, por ello, que una de las conclusiones que de esta discusión podríamos obtener es que la vieja teoría monetaria de Milton Friedman tiene aún mucho que decir en macroeconomía. Y no sólo porque en ella “el dinero importa” y una deficiente política monetaria puede ser la causa de una recesión; sino también por su preferencia por la formulación de teorías y de modelos relativamente sencillos, que pueden ser contrastados con el mundo real. Seamos optimistas. A lo mejor resulta que mis conocimientos de teoría monetaria no están del todo obsoletos.

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