Los concursos de belleza, Keynes y Warren Buffet
9 de enero de 2017
Por admin

No creo que Keynes dedicara mucho tiempo a reflexionar sobre la belleza femenina allá por el año 1936, cuando publicó su famosa Teoría General. Pero no cabe duda de que su comparación de las estrategias de los inversores en bolsa con las de los quienes votan en un concurso para elegir a la chica más guapa se ha convertido en uno de los fragmentos más citados de este libro. La idea es bastante simple, pero muy interesante. Supongamos que un periódico ofrece a sus lectores las fotos de cien jóvenes y les pide que elijan las seis más hermosas; y establece que el ganador será aquel cuya elección se aproxime más a las preferencias del conjunto de los participantes. ¿A quién votaría usted, a las chicas que considere más guapas o a aquellas que piense que la mayoría va a considerar más guapas? Y el problema puede complicarse mucho, naturalmente, porque podemos pensar que las preferencias expresadas por los otros tampoco van a ser las suyas propias, sino las que creen que pueden prevalecer.

Si trasladamos este tipo de estrategias a los mercados bursátiles, la conclusión es que los inversores no compran las acciones de las mejores compañías, sino las de aquellas que la mayoría de la gente piensa que se van reevaluar en el corto plazo, sin fijarse realmente en sus fundamentos empresariales. La visión de Keynes del funcionamiento de los mercados financieros no era, por tanto, optimista. Aunque pensaba que, desde el punto de vista del bienestar social, es preferible la inversión a largo plazo, estaba convencido de que es muy difícil evitar que sea la inversión a corto –basada en principios de dudosa racionalidad– la que prevalezca. Y, de acuerdo con su visión de la política económica como una serie de técnicas con las que los reguladores, honestos y competentes, elevan el bienestar social, llegó a recomendar la creación de un “impuesto sustancial” (en sus propias palabras) sobre las transacciones financieras para incentivar una mayor estabilidad en las carteras de los inversores.

¿Por qué, en su opinión, es difícil que existan inversores a largo plazo? Sus argumentos son muy diversos, pero todos van en el mismo sentido. Por una parte, y de forma un tanto sorprendente, Keynes pensaba que adquirir los conocimientos necesarios para ello resultaría tan difícil que tal tipo de inversión sería casi imposible. Por otra parte, esta estrategia requeriría períodos muy largos de tiempo, que irían más allá de la vida activa de un inversor… sin olvidar que la vida de un inversor es, en su opinión, “intolerablemente aburrida”. Sería difícil, además, conseguir los fondos necesarios para mantener una estrategia eficiente a largo Y, por fin, los costes y los riesgos de ir a contracorriente serían demasiado elevados para quien lo intentara.

En las últimas semanas he leído dos libros que me han hecho volver a prestar atención a las ideas de Keynes, aunque sus objetivos sean por completo distintos de los del economista inglés. El primero es Value Investing Makes Sense (Valor Editions, 2016) de Jean-Marie Eveillard, quien, durante muchos años, gestionó en Nueva York el fondo de inversiones First Eagle. El segundo es la obra de Francisco García Paramés Invirtiendo a largo plazo. Mi experiencia como inversor (DeustoPlaneta, 2016), cuyo autor tuvo en Bestinver una responsabilidad similar. Se trata de dos libros diferentes, ciertamente, pero que tienen muchos puntos en común. En primer lugar, el planteamiento de las dos obras y el curriculum profesional de sus autores. No se trata de profesores universitarios o investigadores que presenten nuevas ideas o teorías sobre finanzas sino de profesionales de éxito en el mundo de la inversión, que reflexionan sobre sus experiencias. Los dos se inclinan por las ideas de Hayek y la escuela austriaca como modelo que explica mejor la realidad económica. Uno y otro han trabajado en fondos que evitan realizar operaciones especulativas a corto plazo y buscan crear valor a largo para sus partícipes. Y ambos tienen como su fuente de inspiración a Warren Buffet, a quien consideran un ejemplo a seguir por ser uno de los grandes inversores –si no el más brillante– de nuestros días.

Dado que su modelo de inversiones se basa en la creación de valor a largo plazo, podríamos considerar a Warren Buffet ese inversor que Keynes consideraba tan útil como “irreal”. Pero Buffet existe. Y, además, ha ganado mucho dinero, y, lo que es seguramente más importante, se lo ha hecho ganar a mucha gente. ¿Estaba equivocado, por tanto, Keynes? Creo que sólo en parte. Es cierto que de su análisis se obtiene la conclusión errónea de que la naturaleza humana y las características de nuestros mercados financieros hacen prácticamente imposible la existencia misma de inversores a largo plazo. Pero sus ideas se ven parcialmente confirmadas por el hecho de que la mayoría de quienes gestionan hoy fondos de inversión no pueden realmente ser considerados inversores a largo plazo. Y en este punto insisten tanto Eveillard como García Paramés, que ofrecen datos convincentes sobre lo que, en este sentido, ocurre en el mundo de la inversión colectiva. Y me parece que la explicación de este hecho puede resultar bastante compleja.

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