¿Sobrevivirá el capitalismo?
20 de julio de 2018
Por admin

La Primera Guerra Mundial significó no sólo el final de una época, sino también el abandono de la fe en una sociedad en progreso constante, basado en la extensión de la ciencia, la cultura y la economía de mercado libre. La crisis de la década de 1930 acentuó la sensación de que el viejo capitalismo había muerto. Y la Segunda Guerra Mundial, en tantos sentidos continuación de la Primera, fue considerada por muchos como el inicio de una nueva era, en la que el Estado sería el protagonista indiscutible de la vida económica. Para aquellas personas que habían conocido el viejo orden liberal, supuso un duro golpe el abandono de sus valores y su sustitución por principios, que, de una u otra forma, veían inevitable el triunfo futuro de algún tipo de socialismo. Schumpeter, el gran economista austriaco, que admiraba como pocos los logros del sistema capitalista y sus grandes éxitos en el desarrollo económico del mundo occidental, fue, al mismo tiempo, profeta de su desaparición.

La vida de nuestro personaje pasó por vicisitudes muy diversas. Nacido el año 1883 en Triesch (Moravia), entonces parte del Imperio AustroHúngaro, Schumpeter estudió Derecho y economía en Viena. En 1907 fue a Inglaterra a ampliar estudios y más tarde viajó a Egipto, donde ejerció como abogado en el Tribunal internacional de El Cairo. De regreso a Europa, fue catedrático en Austria antes del estallido de la guerra. Y en los años que siguieron al conflicto fue, durante algunos meses, ministro de Hacienda, banquero y, por fin, catedrático en la Universidad de Bonn. En 1932 se trasladó a los Estados Unidos como catedrático de economía de la Universidad de Harvard. Allí rehizo su vida y se casó (era ya su tercer matrimonio) con una economista norteamericana, Elizabeth Boody, quien, años más tarde editaría el libro inacabado al que Schumpeter había dedicado mucho tiempo a lo largo de sus últimos años, la monumental Historia del análisis económico. La obra científica que desarrolló en aquellos años fue realmente notable y ofrece una visión de la economía que va más allá del estudio de problemas específicos y construye una de las últimas grandes teorías sobre el desarrollo del capitalismo.

Schumpeter falleció en 1950. Pero unos años antes de su muerte, en 1942, en plena guerra, publicó su libro Capitalismo, socialismo y democracia -su mayor éxito editorial- en el que aborda el problema de hacia dónde orientarán las sociedades sus leyes y sus instituciones políticas y económicas. Buena parte de los trabajos que escribió Schumpeter en la última época de su vida tienen su origen en obras anteriores. Y hay que recordar que, en 1918, publicó un artículo extraordinariamente lúcido, titulado «La crisis del Estado fiscal», en el que ya analizaba la cuestión de la supervivencia del Estado fiscal en un sistema económico de mercado. El profesor austriaco señalaba que el Estado, en un sistema capitalista, tiene una tendencia clara a entrar en crisis debido a sus contradicciones internas. Varias serían las causas posibles de esta crisis. Pero la que tiene mayor interés en nuestros días, es la insuficiencia de los recursos fiscales para la multiplicidad de funciones que los votantes exigen al Estado en un sistema democrático.

En Capitalismo, socialismo y democracia Schumpeter fue más allá y, al analizar el futuro del capitalismo, llegó a una conclusión poco optimista para alguien que realmente admiraba este sistema económico. En su opinión, el capitalismo se basaba en un proceso de destrucción creativa, en el que la innovación desempeñaba un papel fundamental. Pero creía que el capitalismo acabaría desapareciendo, víctima de su propio éxito, ya que la gran empresa, como organización, podría acabar asumiendo las funciones del empresario innovador, figura que, para él, constituía el elemento clave para explicar el progreso económico del mundo occidental a lo largo de la historia.

No es fácil clasificar la obra de Schumpeter en la historia de las doctrinas económicas. Aunque se formó en Viena, no perteneció realmente a la escuela austriaca de economía; y su capacidad para hacer compatible el interés por los grandes sistemas explicativos de la historia económica, con un firme apoyo a la aplicación de métodos estadísticos y, matemáticos a la economía, lo sitúan en una línea de pensamiento particular, que encontraría pocos seguidores entre los economistas de generaciones posteriores. Sus previsiones pesimistas, afortunadamente, no han sido confirmadas por los hechos. Pero algunas de sus reflexiones sobre el futuro de la economía del mundo occidental siguen teniendo hoy plena relevancia. 

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