¿El liberalismo económico ha muerto? Cuatro analistas frente a su refundación
23 de septiembre de 2018
Por admin

Obviamente, hay que empezar con Adam Smith, que para eso es el padre: “Si abordas una situación como un asunto de vida o muerte, morirás muchas veces”, dijo hace casi tres siglos. Desde entonces, el liberalismo ha muerto en numerosas ocasiones porque no han dejado de reivindicarlo como la solución de urgencia ante el asunto más importante que existe: la economía. ¿O era la política lo más importante? ¿O ha sido el liberalismo económico el que nos ha empujado a las peores crisis económicas en el último siglo, véase la Gran Depresión y la última desde 2008?

La libertad, contestaría el propio Adam Smith si tuviera una cuenta de twitter hoy en día. Lo único que importa siempre es la libertad, ya sea individual o de los mercados, de la sociedad o en el comercio; de pensamiento o de acción. Libertad personal e intransferible para lograr un mundo más libre. Incluso, de ser un tuitero implicado, el economista podría haber enlazado a la mismísima definición de la palabra ‘liberalismo’ que aparece en la Real Academia de la Lengua Española: “Doctrina política que postula la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico y cultural, limitando en estos terrenos la intervención del Estado y de los poderes públicos”.

Con la primacía de la libertad como concepto básico y nuclear parece que no hay dudas. Con lo que ha quedado del liberalismo como doctrina y, sobre todo, como inspiración en el mundo económico actual, ya saltan todas las incógnitas. El semanario ‘The Economist’ ha aprovechado su 175 aniversario para lanzar un manifiesto que pretende “renovar” el pensamiento liberal y su aplicación práctica como mejor herramienta para seguir prosperando. Como asegura nada más arrancar: “El liberalismo hizo el mundo moderno, pero el mundo moderno se está volviendo contra él”.

“El liberalismo ha muerto”, proclama el profesor de la Universidad Complutense de Madrid y ex ministro de Industria Miguel Sebastián, para quien los últimos grandes exponentes de su éxito (Margaret Thatcher y Ronald Reagan) no pasaron de la década de los 80. “La historia del liberalismo es la de una ideología con una mala salud de hierro. Lo han enterrado muchas veces y siempre acaba renaciendo”, responde desde la otra esquina del ring ideológico, desde el rincón más genuinamente liberal que hay en España, Lorenzo Bernaldo de Quirós,presidente de Freemarket.

“Los liberales de hoy tienen que preguntarse qué es lo que haría Adam Smith”, apela al padre de la criatura para dudar de su capacidad de renovación José Carlos Díez, profesor de Economía la Universidad de Alcalá. “La libertad no es un fin en sí mismo y los liberales han perdido el norte moral”, se resigna Javier Santacruz, economista del Think tank Civismo.

Cuatro economistas españoles (y quizá sea bueno recordar que los primeros políticos que se colgaron el calificativo liberal en la historia de la humanidad lo hicieron en las Cortes de Cádiz de 1812) afrontan la iniciativa de ‘The Economist’ y todos coinciden, aunque desde distintas perspectivas y bagaje profesional, en que el liberalismo atraviesa uno de sus momentos más bajos. Lo que les distingue es que unos piensan que se trata de algo momentáneo mientras otros lo dan por superado. Hay quien cree que podría haber una refundación si se admiten los errores y quien solo espera el sepelio.

“Los liberales nos hemos ocupado mucho de la economía en los últimos 30 años y mucho menos de la parte básica, que es la otra cara de la moneda, que es la libertad de elección de los individuos en lo que se refiere a la forma como quieren vivir”, concede Bernaldo de Quirós, para quien la ideología que ha perdido el paso es la enemiga al otro lado del centro político: “Hay un agotamiento clarísimo del discurso tradicional de la socialdemocracia europea. No tienen proyecto para ilusionar a la gente” y de ahí el auge de los extremismos de izquierda. En cambio, las ideas liberales aún cimientan proyectos como el de Emmanuel Macronen Francia “y a todo el mundo le parece bien”, añade a la vez que razona que toda carrera por gastar más y por no respetar la estabilidad en las cuentas siempre lleva al abismo más temprano que tarde.

Santacruz es menos optimista, echa de menos proyectos frescos y, sobre todo, figuras que enarbolen la bandera con nuevos bríos. También ahonda en la distinción entre liberalismo político y económico, en cómo el primero ha perdido autoridad moral a cuenta de la sensación de que los liberales provocaron y han salido indemnes de la última crisis, mientras que en lo económico “se ha perdido un enorme peso; es cierto que hay académicos que mantienen vivos el pensamiento y producción de ideas, pero las cosas han empeorado en los últimos años”. En particular, subraya, porque de unas décadas a esta parte los liberales andan más preocupados de “pelearse entre ellos” que de centrar el tiro. Y la palabra “centrar” no es aleatoria.

Bernaldo de Quirós incide en esta línea y aclara que “el liberalismo es un sistema integrado de principios y no se puede ser liberal en economía y conservador en materia morales o sociales”. Cuando se pierde la brújula ideológica, se pierde todo. Y eso es lo que le ha ocurrido a los liberales, han sido víctimas de su propio éxito, como fiscaliza ‘The Economist’ en su manifiesto, en el que lamenta que se hayan convertido en élites intocables, ajenas al progreso del conjunto de la sociedad, cuando “el verdadero espíritu del liberalismo no es la preservación propia, sino ser radical y alborotador”.

Si, como apunta Santacruz, “una de las claves es la teoría el ascensor social”, los nuevos liberales del siglo XXI se han quedado a vivir en el ático, cuando “deberían ser valientes e impacientes ante las reformas”, expone la revista. En esta línea de rebeldía y de inconformismo que debe ostentar el buen liberal, el semanario recurre a uno de los clásicos profetas del movimiento, Milton Friedman: “El liberal del siglo XIX fue un radical, tanto en el sentido etimológico de ir a la raíz del problema, como en el sentido político de promover grandes cambios en las instituciones sociales. Así debe ser también su heredero moderno”.

Para el economista Díez la explicación al fracaso liberal tras la última crisis es que “se han convertido en conservadores”. Esta ideología “lleva a la desigualdad y no dan soluciones a problemas esenciales de la sociedad actual como son la pobreza o el cambio climático”. En su opinión, han ido demasiado lejos en su defensa de la mano invisible de los mercados frente a la mano de hierro de lo público “cuando ha quedado claro que el Estado es fundamental para proteger la sociedad del bienestar y para avanzar en el progreso”. “Yo defiendo un Estado eficiente, pero fuerte. Porque tiene que ser fuerte para solucionar los problemas que el mercado es incapaz de solucionar y tiene que ser eficiente para que la sociedad siga prosperando”, asevera.

Miguel Sebastián, el que fuera también director de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno con José Luis Rodríguez Zapatero, encuentra hasta cuatro razones del declive liberal. La primera, es que “casi todos los partidos presuntamente liberales en el fondo se han hecho socialdemócratas y todos se pelean para ver quién tiene más protección social, más gasto social y nadie habla de reformar o de acabar con los monopolios”. No mira a nadie, pero es fácil pensar en trasladar la anterior frase al terreno político español de estos días.

Esta victoria del pensamiento socialdemócrata, que no de los partidos del ramo (puntualiza Sebastián), la comparte Bernaldo de Quirós, para quien el Gobierno que más medidas de este corte ha llevado a cabo en la historia de España “ha sido el último del PP”. Quizá no extrañe esta inversión de papeles si pensamos en el segundo clavo que el ex ministro de Industria identifica en el ataúd del liberalismo: la última crisis. Tal y como sucedió en 1929, el liberalismo pasa de indudable superhéroe en las épocas más oscuras (el planeta es más rico que nunca gracias a décadas de prácticas liberales, defienden los propios) a ser el archivillano que arrastra al mundo a sus peores abismos (por su empeño en aplicar el ‘laissez faire’, el ‘dejen hacer’, que ya el mercado lo resolverá por sí solo y quedará el más fuerte, contestan los adversarios).

“Al final, la gente se hace liberal no por convicción sino por desesperación”, concluye Lorenzo Bernaldo de Quirós en una reflexión que engarza con la tercera razón de Sebastián para el final del liberalismo. Hablamos de la Caída del Muro y del fin del comunismo en la Unión Soviética. No hace falta leerse a Sun Tzu para entender la importancia de tener un enemigo en la construcción de un relato ideológico. Cuando había un modelo rival fácilmente estigmatizado era más sencillo construir el relato propio. Ahora, el enemigo estigmatizado de traje y corbata es el liberalismo y quien azuza esa imagen los extremismos de uno y otro lado.

Para enemigo global, por consiguiente, el propio liberalismo y ese halo de insensibilidad que le rodea tras diez años de recesión y crecimiento precario en el mundo desarrollado. De ser una ideología «claramente revolucionaria» que ha fracasado en resolver el problema de la desigualdad en las sociedades desarrolladas, recuerda Sebastián en su cuarta razón (y en concordancia con la nostalgia de la revista británica hacia esos tiempos rebeldes), ahora se encuentra estigmatizada, «incapaz de atraer a los socialdemócratas o de acercarse al centro», lamenta Santacruz. Vive de paradojas como que la mayor economía de mercado contemporánea se encuentra en la teóricamente comunista China, como resalta Díez, y tampoco es capaz de atacar a su némesis real: «Ha habido injertos liberales, pero no se ha cuestionado ni revisado de manera drástica lo que ha sido el último castillo de resistencia de la socialdemocracia como es el Estado del Bienestar», avisa Bernaldo de Quirós.

Porque ya lo dijo Adam Smith, el padre de toda esta discusión en la obra fundadora del movimiento, ‘La riqueza de las naciones’: «No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés». La economía, por lo tanto, no tiene sentimientos. Es como es. Como la libertad, que es libre de permanecer al lado de la ideología que quiera.

Publicaciones relacionadas