La gélida Lagarde
19 de julio de 2017
Por admin

Se pasa uno los días pontificando contra el populismo. Advirtiendo de su tramposa estrategia de confrontación entre pueblo virtuoso y elite perversa. Discutiéndole la propiedad política de los sentimientos –no hay emoción superior a la libertad–, condenando su resentimiento fratricida y sometiendo sus apocalípticos diagnósticos al desmentido cotidiano de la cuarta economía del euro. Y llega doña Lagarde, del Fondo Monetario Internacional, se chupa su gélido dedo, lo levanta al viento y sentencia: «El momento populista ha pasado. Ya pueden proceder a congelar las pensiones y fomentar la privatización».

Si doña Lagarde se piensa que la victoria de Macron cierra el ciclo en que vivimos peligrosamente es que no se ha enterado de nada; trastorno autista, por lo demás, de lo más prevalente entre los culos afelpados del FMI. Es justamente ahora cuando la democracia liberal bienestarista se la juega porque, como enseña Escohotado –que ha escrito la historia entera del anticapitalismo–, las revoluciones se hacen siempre en tiempos de prosperidad: no en las crisis sino al salir de ellas, porque unos salen mejor que otros, que es lo que indigna.

Yo cuento con la desigualdad de la vida, pero también con la inteligencia y la moral humanas para igualar en lo posible al personal en la línea de salida y para asistirlo en la de llegada. Mi revolución consiste en pagar impuestos: calculo que el último IRPF me habrá convertido a ojos de don Cristóbal en el puto Che Guevara. Pero de qué sirve madrugar y entregar un semestre de trabajo a la redistribución –el día de la liberación fiscal para el español medio está fijado en el 29 de junio– si con eso Lagarde aún tuerce el morro como si le dieran a oler sobaco obrero. De qué sirve que tu país crezca por encima de lo previsto, y su prima de riesgo caiga por debajo de los 100, si don Mariano sólo alivia al contribuyente tarde, poco y a la fuerza. Si cumplir encuentra el mismo premio que protestar, entonces por qué no irse con don Iglesias a jugar a la épica de plaza bajo el sol de la dulce ira.

Publicaciones relacionadas